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Pedro Roldán
Pedro Roldán

Sobre el artista

Nunca tendremos claro si el simple paso de la realidad al misterio, en la obra de Pedro Roldán, es evolución espiritual, progreso intelectual o ambas cosas a la vez. El caso es que cuando vemos los paisajes de Roldán, salimos hacia un mundo que vivifica nuestros espíritus fatigados por el brutal culto que se rinde a la más absoluta vulgaridad.
La obra de Roldán es, en cierto modo, un renacimiento, que provoca en el espectador una liberación ante el modo de vivir tan aprisa y tan materialmente. La obra de Roldán es el homenaje a la naturaleza frente al asfalto, el apremio a la belleza frente a los edificios que no nos dejan ver el centellear de las estrellas; a la evocación de lugares por los que tan sólo transitan el sigilo del sueño y la fantasía, a detenidas arboledas reflejadas en el lago, a hojas otoñales liberadas de la esclavitud de las ramas, al misterio de límpidas aguas triunfantes detenidas en el lienzo de un tiempo sin tiempo o, quizá, al retorno a la mirada que pretende perderse en la profundidad del azul.
Cuando vemos estas obras en compañía del autor, y le oímos explicar sus propósitos, sus sensaciones y sus ensoñaciones (cuasi místicas), sus especulaciones transcendentales, su lenguaje en el ritmo sin fin de los colores en sus complejidades combinatorias, algo se revela en el que contempla: se siente el misterio.
Y es que el elemento fundamental sobre el que se sustenta la obra de Pedro Roldán gira alrededor de su propia intimidad y cuyas fuentes están lejos de su mirada, en algo intangible: en el halo multiforme del amanecer o del atardecer, en los que la naturaleza y el artista respiran al unísono.
Por esto, parece milagroso e incomprensible que el trabajo concienzudo, paciente y lento de nuestro autor se sedimente en ideas azarosamente nacidas de sensaciones grabadas en determinados momentos de su vida, quedando tan bien guardadas en su memoria que, más adelante, le permiten ser expresadas plásticamente en la más sutil de las perfecciones.
Cualquiera que se acerque a la obra de Roldán constatará que es un maestro del dibujo, siguiendo la normativa clásica; antes bien, cuando se deja dominar por el sortilegio del color, su imaginación no encuentra límites, hasta tal punto, que en algunos planos de su obra podemos encontrar el informalismo de las abstracciones tan perfectamente armonizadas que llega un momento en el que el receptor no contempla, sino que vive dominado por el hechizo que envuelve a sus paisajes.

Pedro López Ávila.
Catedrático de Lengua y Literatura y escritor

Nacido en Rute (Córdoba), se traslada a Barcelona, donde desarrolla toda su trayectoria profesional durante más de treinta años. En la actualidad reside en La Zubia (Granada). Su obra se encuentra hoy distribuida en todo el territorio nacional EE. UU. Y gran parte de Europa Central.
Pedro Roldán es aire fresco en la pintura contemporánea, por su atrevimiento cromático, por crear la magia onírica de los colores, donde habita la melancolía y, posiblemente, donde nace el llanto escondido de su alma en la búsqueda pertinaz del sosiego y del reposo o, quién sabe, si el ala inmóvil del tiempo.
Inventa un mundo sin figuras humanas, con nubes de algodón de azúcar para que un jurado de colores intuya el silencio y la quietud rítmica de sus cielos y nos transporten a un sentimiento de espiritualidad que no nos dejen indiferentes.
El sueño incendiado de las casas en la noche, la quietud azul de las aguas atrapadas en la tarde, la magia de la luz encita, los árboles entrecruzados persiguiendo al cielo, intentando encontrar la eternidad en una explosión de colores emocionales, nos transportan a unos paisajes en donde el misterio es bautizado por la luz y el color y las barcas en calma esperan pasar al otro lado de la orilla.
Sus trazos se mueven en la lentitud de un hiperrealismo y de ensoñación a la vez, que nos descubren un alma frágil,difícilmente superables por lo inesperado de encontrarnos de frente con la soledad del ser humano.

Pedro López Ávila

Crítica

Si los pintores coloristas dan prioridad al color antes que al dibujo, si el color es una muestra de individualidad, si un cuadro tiene que tener un componente espiritual ético y estético, si el arte es el lenguaje de los sentimientos, si en la materia y el color reside el misterio, si el contenido de una creación debe tener hondura y si unimos la figuración mas allá de lo que alcanza nuestra vista, nos encontraremos con la obra de Pedro Roldán.

Pero, si además de todo lo anterior (más importante que lo bien hecho) nos sorprende en la búsqueda de lo abierto, de un territorio que antes no estaba, para emprender la aventura de romper los límites impuestos por la realidad y adentrarse de manera incesante y distinta en cada creación (desde un espectáculo de colores) en el mundo de los sueños, de la fantasía y de la persecución del enigma a través de percepciones extrasensoriales, su creación nos cautiva y nos atrapa milagrosamente.

Y es que la pintura de Pedro Roldán es la interpretación de la materia desde su mundo interior, pintando la luz sólo con el color, no necesita las sombras para encender la luz en el silencio.

Y es que la pintura de Pedro Roldán es aire fresco en la pintura de nuestros días, es el atrevimiento y la valentía, para transportarnos a un horizonte meditativo que nos proyecta a un mundo onírico de donde, quién sabe, si no es el llanto escondido de un alma que quiere detener el tiempo, inmortalizándose en su pintura.

La obra de Pedro Roldán, plagada de elementos simbólicos y, yo diría, que esotéricos, es una mezcla de magia, de astrología, de matemática, de hechicería geométrica, de irrealidades reales y de una alquimia cromática que no deja indiferente a nadie.

Nubes rosas, amarillas o violetas, ramajes verdes que emergen de la nieve, azules montañas que se prologan (desafiantes a la cordura) en tonalidades rosas, malvas y amarillas. Sienas, azules, carmines y verdes personalizados en una inmensa gama, en ocasiones, y puros en otras que, en forma de hadas, triunfan en la orilla de la quietud del agua en donde se reflejan.

Toda una inmensidad de colores dispuestos de forma libérrima e ilusoria provocan una sensación de misterio en el espectador, en un latido de emociones, que reinventan un paisaje real sin límite.

Todo es plácido; el color anuncia lo inefable y del mismo surge el silencio, la paz, lo atemporal, la soledad, la melancolía y los siglos buscándose a sí mismos en la altura; porque, no existe el paso del tiempo, ni la figura humana en su obra, que tan sólo es insinuada en la luz artificial de sus casas imbricadas en el paisaje al anochecer, con una perfección formal que rayan en un hiperrealismo místico, jamás conocido en la historia de la pintura.

Pedro López Ávila

Crítica

paisaje

Paisaje

La bella irrealidad de este paisaje, pintado con una rica gama de colores cálidos, empastados, nos tralada a un mundo de ensueño y fantasía, el mundo de las hadas de los cuentos maravillosos.

Los tres planos de la composición se diluyen en un fondo evanescente en el que las montañas nevadas se confunden con el cielo blanquecino.

En segundo plano, una serie de arboles deliran de verticalidad, atraídos hacia arriba por una aspiración ideal.

En cambio, los árboles del primer plano adoptan formas rendondeadas, copudas, de distinto color, creando cada uno de ellos un mundo propio.

En los más próximos casi podemos apreciar las abundantes hadas que han creado una multitud de flores, alegres, ridentes.

El suelo parece tapizado de gnomos, criaturas etéricas que forman la base de esta maravillosa fantasía, la de un paisaje que nos invita penetrar en la magia de los mundos sutiles.

Manuel Cerezo Arriaza

Crítica

Paisaje Pedro Roldán

Paisaje

Pedro Roldán, Paisaje, Galería de Arte La Zubia, 5 de mayo 2011

Este cuadro de Pedro Roldán nos introduce en un mundo lleno de magia y misterio, un paisaje de cuento de hadas, donde predomina la belleza y la sensibilidad.

El fuerte y abigarrado colorido de los empastes del primer plano, elabora una propuesta de expresionismo táctil, casi matérico, dando lugar a una serie de visiones y referencias que serán distintas para cada espectador atento, precisamente por su apercepción temática.

Este rico cromatismo se atempera en el segundo plano, en donde prodiminan tonos apagados, quebradizos árboles silueteados en contraluz.

El tercer plano se difumina en el horizonte creando profundidad aérea, y de este se asoma entre las ramas del árbol central una blanca luz lunar.

Todo parece flotar, ingrávido, a modo de paisaje interior visto con la mirada del pensamiento y la imaginación. Todo en él está vivo y vibra con gracia acogedora.

Manuel Cerezo Arriaza

Obras del artista